Buenas noches,
Espero que hayas tenido un gran día.
Mi canción de la semana es “Pijamas“ de Babasónicos:
Y una noticia inevadible es que pronto tendremos la primera transmisión del ciclo audiovisual de Nada Respetable en Ceibo, con vino, invitados y mi presencia frente a cámara.
Voy a iniciar esta edición resguardándome cobardemente y alertando: Las próximas observaciones no se condicen necesariamente con fenómenos exclusivos a esta época. La pedagogía quizás sea el género literario más viejo del mundo. Las historias son vehículos para transmitir información - trasmutada, enriquecida, falseada para ser elocuente.
Ahora bien, creo que distintos segmentos de nuestra sociedad tienen relaciones disfuncionales con los productos culturales-artísticos, y que ese carácter deficiente o “problemático” es exacerbado por la mediación digital-algorítmica. En breve lo explico para que me entienda gente con cortes de cabello normales.
Cuando intento cubrir mucho territorio, me es particularmente útil desarrollar secciones episódicas, en lugar de intentar introducir y arrastrar varios conceptos al mismo tiempo - y creo que esto es algo que ustedes agradecen. Voy a tomar este formato en esta edición.
Fan service
El 4 de mayo, acompañé a mi cónyugue a ver Star Wars Episodio I al cine. Innecesario recordarlo, pero lo hago de todas formas: En un clima cultural agotado, nada llena butacas como refritar un clásico. Un cine periférico, abandonado por Dios, que comparte establecimiento con una cancha de paddle, el Burger King más deprimente del país, y un misterioso negocio que vende pianos de cola, estaba abarrotado de treintañeros con vestimentas alusivas al filme. Este establecimiento, si sirve de muestra, nunca recibe tanto tráfico. He visto grandes estrenos casi en soledad.
Como fuese, el film en sí me pareció una hermosa estupidez. Una estupidez con corazón, camp, que se sabe cultura pop pero nace de un lugar genuino. Es lo que nos quieren vender que es Marvel. ¿Es gran cine? En cuanto el cine es el arte de llenar butacas, lo es. En cuanto el cine es la construcción de narrativas que ocultan una verdad atemporal sobre qué es un ser humano, algunos arguirían que sí. Lo que me resultó interesante de la experiencia, y amerita su inclusión en este anecdotario, es la identificación de los fans con el producto cultural, y el clima de living room que tomó la sala. Detrás mío, gente muy maleducada spoileaba y comentaba. Delante mío, alguien apoyaba los talones sobre butacas desocupadas. Acotaciones, risas, y diversas reacciones de la audiencia que anticipaban sucesos de otros productos me dieron la sensación de estar irrumpiendo en una reunión a la que no había sido invitado.
La fandom se convirtió en un sujeto forjador de cultura en los últimos años. No tanto como decisor si no como interlocutor cuya validación se espera y cuyas reacciones de anticipan y manipulan. Se viralizan trailers, fotos, y anuncios ambiguos. Momentos hiperespecíficos de series y films se convierten en memes a horas de su lanzamiento. El grueso de estos movimientos son en realidad activaciones de marketing - pero no funcionarían si no existieran “seres humanos reales” que espontáneamente detonaran y prologaran estos movimientos.
Esto da origen a un entendimiento de arte como contenido memético. Y el contenido memético es el ritual de TOC de la cultura. Es la repetición como vehículo para aliviar la ansiedad, es la repetición como antídoto a la incertidumbre. ¿Qué se repite? No importa, sólo importa que vos también lo estés repitiendo, la identificación afectiva.
Cito dos pasajes distintos de “Global mutations of the viral image”, el ensayo con el que Arkenbout, Wilson & De Zeeuw inauguran Critical Meme Reader:
“Memes are bastards, and we love them for it. But memes are bastards in the sense that they are born from two seemingly incompatible ontological registers: an unholy matrimony of semiosis and virality, sense and nonsense, signification and circulation. (…) Is signification altogether superfluous, then? Does it still matter what the image says,or merely how it circulates, e.g. how it is effectively operationalized in an informational milieu? But perhaps we should put the question differently: is there jouissance. in asignification? Is this perhaps the secret to the meme’s unlikely success?”
Tenemos, por un lado, la fandom como fábrica de rituales vaciados, que anticipan al consumo, o lo anteceden - perdóneseme por lo grosero y lo vernáculo, Yarvin caminó para que yo pueda correr: El meme que anticipa el consumo es el gooneo del consoomer. El meme que lo sucede es análogo al pervertido que se masturba mirandose a sí mismo en producciones eróticas caseras. Anticipación del placer - climax - reenactment. Los asesinos seriales y los adictos tienen patrones similares, con una diferencia clave.
El asesino serial:
Anticipa el placer, fantasea
Comete el crimen
Se queda con un trofeo
Utiliza el trofeo para revivir el hecho, introduciendo al trofeo en el estadío de anticipación del placer y reiniciando el ciclo
El adicto está en una situación de dependencia emocional-mecánica en la que la sobriedad involucraría enfrentar un bagaje de dolor y vergüenza que se percibe eterna como el sol o el polvo. A su vez, lo seduce un recuerdo, porque el primer consumo es el mejor - es el que te muestra que el monoambiente en el que viviste toda tu vida tiene otra habitación secreta detrás, donde te espera Emrata en babydoll. Pero una vez el shock de dopamina saturó el cerebro, agotaste tu última ficha. Todo lo que hagas desde ese punto en adelante va a ser intentar volver a un lugar que ya no existe. Paradójico cómo el adicto, por lo general, está atrapado en un lugar que jamás dejó, y utiliza las sustancia para intentar revertir ese trauma fundacional, porque en el primer consumo las cosas se sienten como siempre deberían haber sido - ¿O no?
“Yo soy ese”
En este ciclo de fantasía, hay otro componente clave, el de identificación con el protagonista.
El grueso de la cultura pop contemporánea es “geek culture”. Ahora bien, como los “geeks” pasaron su adolescencia cultivando un skillset lucrativo, se convirtieron en el consumidor contemporáneo ideal. A su vez, su vaciamiento como sujeto político (o, en el mejor de los casos, su identificación con el libertarianismo), sumado a su pasado como outsider, lo vuelve afin a las tramas de redención y las fantasías de heroísmo atípicas.
En los millennials, esto redunda en un consumo simpático (si el buen corazón y el carácter de underdog llevan a la adopción de cierto progresismo razonable) o en un consumo reivindicativo, si no hubo tanta suerte.
Los zoomers están en una situación un tanto más complicada e interesante: No buscamos al héroe que se disfraza de nerd de buen corazón. Nos autoficcionalizamos como antiheroes autistoides. Somos Ryan Gosling, somos Yukio Mishima, protofascistas, estratégicamente/estéticamente violentos y filo-homo/homosexuales. Esto habla de una generación que no pierde por un error de cálculo, ni espera ganar por tener un buen corazón; nos muestar una generación cuyo triunfo es elegir como perder. De cara a esto, creo que los zoomers tienen una visión mucho más sana del arte que generaciones anteriores. Los millenials buscan fantasías de poder que los reivindiquen personal y políticamente. Los zoomers (o al menos, los mejores zoomers), buscan algo verdadero. Su escapismo son herramientas de autoficcionalización para sentirse dignos en la incertidumbre y la precaridad, no hay Javascript que los salve.
Llegado este punto, si tenemos que sintetizar lo explorado, podríamos decir que:
Las fandoms son grupos de pertenencia que se mantienen en base se a fantasías de self-insert y rituales que alivian ansiedades. Esto me parece problemático y lleva al empobrecimiento del arte, porque de repente, la función del artista pasa a ser darte la fantasía de self-insert más memeable posible.
Mucha gente, en especial gente joven, usa el arte como caja de herramientas para autoficcionalizarse como personaje trágico. Esto me parece sano y cualquier persona con medio cerebro (o un corazón entero) va a estar de acuerdo conmigo.
Ahora bien, el usuario promedio pasa 7 horas consumiendo contenido - la mayoría de este “contenido” es sludge. Es tan sludge que tenemos que fraccionar la miserable pantalla de un iPhone para que nos muestre 4 “piezas de contenido” al mismo tiempo.
¿Qué hay de esto? Denme un rato. Ya lo vemos.
Hay que bancar a Maradó
Taylor Swift es una artista pésima. Es una vocalista mediocre, una letrista olvidable, y una entertainer que oscila entre lo olvidable y lo bochornoso. Como tal, sirve como self-insert para una generación de muchachas que tienen muy atendibles insatisfacciones con respecto a los hombres, a sí mismas, y a cómo se vinculan con los demás. Taylor no plantea una fantasía aspiracional, si no un comfort. Baila mal - vos también bailas mal, y eso puede celebrarse. Sus canciones son gimoteos sin peso lírico - pero sin escuchados, tus gimoteos también deberían ser escuchados.
Con esta dinámica de refracción 1-1, Taylor Swift logró relaciones parasociales con su audiencia mucho más fuertes que otros artistas. Las divas nos gustan a los putos, porque nos gusta el glamour, la noche y lo licensioso. Nuestras dolencias románticas eran el telegrama de la miseria de los Pet Shop Boys (escúchese “Tonight is forever”), y hoy son piezas experimentales sublimes y abrasivas. Escúchese “Reverie” de Arca:
Las muchachas cishet normies les hacen altares a artistas que ni siquiera están intentando.
Realidad a la carta
Entonces, el arte sirve:
Como ritual de TOC
Como fantasía de heroísmo
Como fantasía reivindicativa
Como catársis
Como caja de herramientas para la autoficcionalización
Hace unos años, alguien se preguntaba por qué “ya no había indie”, y recibía la respuesta de que el indie hoy está sentado a la mesa en la gran democratización del internet. Lana Del Rey es indie - ¿Pero lo es realmente?
El capital se mueve de maneras misteriosas y hoy no se entiende dónde quedaría la frontera entre el indie y el mainstream. Una democratización de la exposición nos precariza, nos lleva al lugar más crudo posible: Uno podría decir que “indie” es no poder vivir de lo que hacés. Pero a su vez, el mainstream es un depósito de gente que ya fue o nunca va a llegar a ser.
Los productos culturales mainstream de mayor pregnancia hoy, en Argentina, son influencers que hacen de su vida un reality show, o celebridades de reality shows, que, como Taylor con las chicas, justifican la mediocridad. Personas sin talento, poco agraciadas, sin inventiva, sin intelecto, sin nada, llegan a vos en el prime time. Esto es lo que te ofrece la televisión. Ni siquiera oropeles, ni siquiera humor, ni siquiera un sueño.
The Seventh Year Itch (1955) es uno de mis productos culturales de consumo masivo favoritos. Es una farsa en la que un oficinista del montón seduce a una modelo insgnificante, interpretada por un Marilyn Monroe inolvidable. La cinta, por más que indige a algunos puritanos, reboza alegría del vivir. El romance con la starlet no se concreta y, con un nuevo deseo de reconquistar a su esposa, el oficinista irrelevante corre a tomar un ten descalzo, por las calles de Nueva York.
En una época pasada, se le tenía suficiente respeto a los pobres, como para venderles fantasías de superación. El escapismo dignifica. Si quienes están a mi alrededor se parecen a Furia y El Manzana, quiero que en mi televisión aparezcan Greta Garbo y Jimmy Stewart. Me quiero escapar sin ser infantil. No quiero soñar con ser Superman, quiero soñar son ser glamoroso. Quiero tramas picarescas, quiero un código de censura que haga que ver una teta sea como ver un avión. Quiero el secreto y lo sensual.
Esta falta de glamour y esta falta de alegría repercute en quienes tendrían el tiempo, los contactos, y los recursos para vivir esta fantasía. En lugar de montar espectáculos, estamos fingiendo culposamente que somos todos pibes de barrio, como si el pibe de barrio tuviera que quedarse ahí. Como si Maradona no hubiese sido Maradona por haber salido de Villa Fiorito. Nos sirve, porque somos todos muy vagitos. El teatro de revista, con toda la baratez que podría atribuírsele, demandaba un carisma que hoy se reprime, se reniega o no se tiene. Quizás lo que falta no es carisma, si no vocación de servicio. No hay nada más autoindulgente que divagar con amigos en un falso asado durante tres horas y venderlo como entretenimiento.
La cultura unívoca
En este contexto, en el que no hay mainstream, uno asumiría una diversificación riquísima de la cultura. Pero esto no sucede a mediana escala. En su lugar, tenemos el mismo producto probado como exitoso con distintos skins.
Tenemos el mismo stream pedorro, pero para kukas, para normies que van a votar para el orto, y las troskos. El acto de consumo más significativo y transversal es el voto, por eso las identidades políticas se conviertieron en tribus urbanas.
A su vez, volviendo a mi amor por el cine “clásico”, hipotetizo que mucha gente va al psicólogo porque no encuentra un relief en el arte - ni en cuanto consumidor, ni en cuanto productor. Las novelas de pulpa y las películas “berretas” daban un marco de referencia emocional a un montón de gente, que hoy tiene como cortina musical de sus traumas a Emilia Mernes, y ve su vida desmoronarse con Gran Hermano azomandole por el rabillo del ojo.
Todo esto es una buena excusa para admirar a las pocas personas de nuestro entorno que producen o consumen arte sistemáticamente. Gordas Mubi, cuenten conmigo. ¿Qué hacen este viernes a la noche?
"las tramas de redención y las fantasías de heroísmo atípicas"
Aunque es claro como esto funcionó con los liberts, me parece que Rebord impulsa una narrativa muy similar (y efectiva) con el peronismo/nacionalismo. Cómo si el país estuviera en su etapa Batman con la espalda quebrada viviendo en un pozo en medio-oriente.
Hola! Empiezo por decir que me gusta mucho leerte. Decís:
"Mucha gente, en especial gente joven, usa el arte como caja de herramientas para autoficcionalizarse como personaje trágico. Esto me parece sano y cualquier persona con medio cerebro (o un corazón entero) va a estar de acuerdo conmigo."
Y estoy de acuerdo. Sin embargo, tenemos, según vos, por un lado, la autoficcionalización a la manera millenial y por el otro, a la manera zoomer. Y vos decís que una es más sana que la otra por el hecho de que los zoomers parecieran hacerse cargo de su condición de perdedores, oprimidos, marginalizados (en todo caso, eso es lo que interpreto cuando escribís "antihéroes autistoides"). Una primera pregunta que me surge de esto es: ¿son los zoomers, efectivamente, es decir, en sus condiciones materiales y espirituales, más "antihéroes autistoides" que los millenials? Si no lo son, entonces la autopercepción que los zoomers canalizan a través del arte no responde a la realidad, sino, para utilizar un término un poco difuso pero que nos permite seguir de momento la discusión, a cierta ideología. Ahora bien, si sí lo son, es decir, si han sufrido en su juventud mayor incertidumbre que los millenials, creo que la diferenciación entre la autoficcionalización millenial y la zoomer, o mejor dicho, la valorización que vos hacés de una por sobre la otra, no podría sostenerse. Entiendo que vos planteás esto como dos vínculos posibles con el arte. Y sin embargo, no lo son. Es indiferente, al momento de definir los vínculos entre el arte y las personas, cómo uno se autoficcionaliza. Lo que importa, al momento de pensar la relación entre el arte y las personas, es la autoficcionalización en sí. Porque vos lo decís: la autoficcionalización es previa. No encontramos en el arte "antihéroes autistoides", no los descubrimos, sino que los buscamos. Cuando queremos autoficcionalizarnos, cuando esa es la riqueza que encontramos en una producción artística, sólo se trata de que algún oportunista o, para ser más bueno, alguien atento al sonar de los tiempos, tenga la capacidad suficiente para plasmar ese vibrar en una obra de arte. Que no es poco. Como decía, estoy de acuerdo con que la autoficcionalización es una parte fundamental del arte. Ahora bien, creo que si la autoficcionalización es el eje, entonces no podemos hablar de jerarquías artísticas. Porque, efectivamente, quien se autoficcionaliza con Ryan Gosling en Drive, con John Wayne en The Searchers o con Cary Grant en Only Angels Have Wings no se enfrenta al hecho artístico de una manera diferente a quien se autoficcionaliza con Taylor Swift. Y en todo caso, si habláramos allí de una jerarquía, tendríamos que hacerlo en base a una escala moral, que creo que poco tiene que ver con el arte.