Buenas,
Espero que hayas tenido una gran semana.
Mi canción de hoy es “Mystery“ de Jesse Jo Stark:
Hay 956,858 películas
Es martes a la noche. Estoy aburrido. Terminé de trabajar, cené, miré un documental - y ahora estoy frente a la computadora de nuevo. Todavía no tengo sueño, quizás pueda ver algo más, pero no sé qué. Quiero ver una película, pero quizás no. Nada parece sentirse lo suficientemente “correcto”. Quiero algo de buena calidad, pero que no requiera un compromiso emocional real. Terror, quizás. Algo cómico, pero no puedo tolerar un fracaso.
No sé cómo, termino en un listado general de películas dentro del sitio de Letterboxd. Bajo el header, un pequeño banner que lee “There are 956,858 films.”
Empiezo a explorar página tras página del listado, como para hacer algo con las manos y los ojos. Y pronto noto lo evidente: La mayoría de las películas son norteamericanas. El cine no “es norteamericano”. Pero sí es la forma de arte por excelencia del Imperio Norteamericano como potencia consolidada. Todo imperio es multidisciplinario - pero el cine norteamericano impera, acapara salas de cine y le da contenido a nuestra imaginación cultural de forma casi unívoca. Cuando le preguntas a la persona promedio argentina quién es su artista favorito, hay altas chances de que mencione a un compatriota. Mucho menor es la probabilidad de que cite como película favorita a una cinta de Akira Kurosawa. Conocer a muchos fans de Pasolini es la antesala a opinar que un millón de pesos es indistinguible del contenido del vasito de telgopor con el que un indigente analiza el clima social.
Como fuese, el cine es la forma de arte que propulsó la consolidación del soft power del Imperio Norteamericano durante el Siglo XX. La televisión, aliado indiscutido. Y la industria discográfica, funcional pero multipolar. Hoy, el hegemón gringo se ve amenazado por diversos poderes, que adoptan distintas formas de arte para hacer lo mismo que EEUU supo hacer con el cine. Esta es la función que el video corto cumple para el imperialismo chino.
Monocultura vs. Realidad a la carta
El Imperio Norteamericano ejerce su soft power mediante la propagación de una monocultura a nivel global. Bajo un paraguas de valores y símbolos comunes, admitimos ciertas modulaciones locales. La globalización no es un achatamiento total de particularidades nacional-regionales, es la expansión y dominación cultural de un lenguaje simbólico común, que asimila o es complementado por lo local.
La gran disputa dentro de la elite política yankee hoy, se centra en cómo balancear ese mix entre lo particular y el lenguaje global común, y cómo hacerlo a nivel local, en un contexto de institucionalización de la diversidad.
El Imperio contrario, ajeno a su potencial territorio de conquista, no busca consolidar pseudo-voluntariamente a sus colonias bajo una cultura única. Dentro de cada “gook” podía haber “an American trying to get out” - pero no funciona en sentido inverso. El territorio de conquista cultural continúa siendo el corazón del individuo, pero se comprende que habita un corpus social completamente roto e ineficiente para la difusión doctrinaria. Entonces, el contrincante cura algorítmicamente una realidad a la carta, personalizable a cada target de ese corpus social quebrado.
Esta “realidad a la carta” se construye mediante:
Reinterpretación polarizada de sucesos locales, habilitada y fortalecida por falta de diálogo genuino/AFK entre facciones.
Anichamiento de consumos culturales y construcción identitaria desterritorializada. Un gran ejemplo de este fenómeno son las K-poppers, que se refieren a sus compatriotas como “locals”, hundidas en la fantasía de ser coreanas atrapadas en el cuerpo de una criolla, y misteriosamente transplantadas a una tierra que les es ajena.
El Imperio Norteamericano constrituyó su soft power mediante el establecimiento de un lenguaje común. Me pones frente a un hablante de Tagalog de 25 años, y si le menciono a “Iron Man”, él va a entender a qué me refiero. El nuevo imperialismo penetra en el corpus social profundizando el fraccionamiento. De poder conectar (desde la superficialidad, jugando con una pelota prestada, etc.), con alguien nacido y criado en la otra punta del mundo; a carecer de un lenguaje común para charlar con mi vecino.
Por qué el video corto es el formato ideal para profundizar estas brechas, resulta un tanto tonto explicar. El clip es en sí mismo un fraccionamiento sin contexto, que nos fuerza a compactar, achatar, y asumir.
La película “pochoclera”, historia diseñada con ciertas reglas de estructura, emocionalmente cargada, con provenance trazable, y protagonizada por grandes estrellas, incentiva a la formación de narrativas comunes. Todo es claro (o al menos, se siente como tal). Todo es relativamente fácil de entender. La identificación con el protagonista (socialmente integrado, o un renegado noble), se da por actoreflejo.
El video corto es una fracción de algo cuya provenance nunca es clara. La “democratización” es la coartada del astroturfing. Una persona se graba comentando, otra se graba denunciando. Gran parte del contenido toma un tono educativo. Cualquiera explica, cualquiera hace worldbuilding. La configuración precisa de qué historias se compran es impredecible. Todo fenómeno cultural tiene un deployment escalonado, pero intrazable.
Creemos que le quitamos el control cultural a las corporaciones - mentira evidente. En su lugar, convertimos a la cultura en un mercado negro con productos de calidad decreciente, que constituyen un atentado espiritual - ya que, vuelvo a una cita de Simone Weil que ya he compartido: “La atención absoluta es una plegaria.”
¿Hay alternativas? ¿Hay algo que hacer?
Por supuesto. Se lo dejo a los expertos.
Buena semana,
Aaron
Sobre la construcción identitarias desterritorializada, me resulta súper interesante como concepto, digo porque a propósito de las K-popers y cierto deseo de "surcoreanizarse", lo veo también como efecto colateral en el mundo Otaku donde está presente el adjetivo de "Weaboo" para lo vendría a ser fans del anime-manga obsesionados e idealizadores con la cultura japonesa; otro ejemplo que se me vendría es algo que nos tendría a nosotros, como argentinos, como exportadores un consumo cultural nacional identitario como vendría a ser el fútbol -la cara de Messi como el caballo de Troya de un softpower argentino, por supuesto con su cuota de humildad que supone como país tercermundista.¿ El fenómeno de los fanáticos de la selección de Bangladesh no es otro ejemplo de ello?
Diría que hay cierto sobredimensionamiento de esa homogeneizacion cultural trasnacionalizadora, en todo caso generaría ciertas afinidades transancionales que pueden ir del plano cultural a lo político, pero sin terminar tan alienados como para generar desvinculaciones, digámoslo super exagerado, "secesionistas". Se que no sería la idea última del artículo, pero a la vez siento que prestaría a alguna conclusión similar.
No obstante creo que existen momentos de "reterritorializacion" de las identidades colectivas y no una disolución al infinito, osea de reforzamiento de identitarismos nacionales por medio de olas, creo se podría decir, "nacionalizadoras" o "centralizadoras identitarias" producto de estos mismos procesos que se mencionan acá.
No sé, toy muy aburrido y quería comentar un artículo que me pareció genial.👍
El poder blando de China con Tik Tok todavía no fue bien estudiado y explorado, creo que todavía no vimos todos sus efectos en las generaciones futuras.