La semana pasada, revisité “The People vs. Larry Flint” (1996, Dir. Miloš Forman), que supo ser una de mis películas favoritas durante mi adolescencia temprana. Por supuesto, con una óptica mucho menos nenaza, las hazañas de Flint (interpretado fenomenalmente por Woody Harrelson), me resultan ridículas, siendo excesos producto de un narcisismo avasallante, no medidas necesarias en pos de la libertad o la justicia. Pero, como fuese, tengo que respetar los rangos. Él fundó Hustler. Yo fundé Nada Respetable.
Más allá de eso - rescato tres cosas del film:
La performance de Harrelson
La belleza de Courtney Love, entonces recién enviudada
Cierto discurso de Flint sobre la obscenidad de la guerra haciendo sombra a la presunta obscenidad del sexo
Esta idea no es original. Pocas ideas lo son, y no por eso carecen de mérito: Hay mucho que celebrar en la divulgación. Casi 70 años antes, en Trópico de Cáncer, Henry Miller propuso que si bien “todo el mundo dice que el sexo es obsceno, “ la única obscenidad es la guerra”.
Les debo esa conversación ahora. En una edición anterior de este newsletter ahondé en algunas problemáticas culturales vinculadas a la mercantilización de la sexualidad y a la pornografía. Hace algunos días, mi pestaña “For you” de X (ex-Twitter) puso frente a mí un video en el que una horda sacaba el cadáver mutilado de un niño palestino de adentro de una bolsa. Una mano, un brazo, un hombro, un cuello, un rostro. La única obscenidad es la guerra.
Mi canción de la semana es “23” de Blonde Redhead:
No te alarmes: Esta edición no va a tratar de la guerra en general, ni de la guerra en Israel-Palestina en particular. No sé nada sobre geopolítica, y me niego a buscar razones para pelearme con mis compatriotas, en especial si esas disputas no tienen impacto alguno en la macro. Puedo ser más útil si me concentro en otro asunto, sobre el que sí puedo tener un impacto, aunque sea menor. Sin más preámbulos:
Como meme
Con el internet recién masificado, sitios como rotten[dot]com servían para hacer bromas pesadas. Básicamente, internet recién llegaba como portal a casi cualquier cosa existente - desde un tipo abriendose el ano con las manos hasta fotografías de un accidente automovilístico. Enviar este tipo de material a un amigo, haciendole creer que se trataba de algo menos truculento, era una suerte de pequeña broma pesada. No estabamos desensibilizados - al contrario, y por eso la broma tenía sentido.
¿Qué decir? Gracias a Dios por las link previews.
Por supuesto, Rotten fue objeto de intimaciones, denuncias y demás intentos de censura. Y por supuesto, Rotten se defendió a sí mismo en cuanto bastión de la libertad de expresión.
Para tomar perspectiva del panorama discursivo en el que se hallaba el sitio, recomiendo leer este artículo, publicado en Salon, en marzo de 2001. Sólo algunos meses antes de que Rotten difundiera imágenes de oficinistas desesperados saltando desde las ventanas del World Trade Center.
El 9/11, justamente, detonaría una oleada de WASP-ismo censor que daría origen a una contrarreacción que hoy, derogatoriamente, podríamos etiquetar “la escuela de ateísmo youtuberiano”. Esa gente ganó. Y quienes los supersedieron (la última oleada de feminismo) ganaron también. Pero sólo por un rato, esa es la danza de la democracia.
Como true crime
Podría extenderme sobre el true crime - sus implicaciones morales y sus posibilidades comerciales, durante horas. Pero ya lo he hecho en otras ocasiones.
Hoy en internet, la mayoría del gore es difundido como una suerte de estadío superior del true crime. Los usuarios no sólo quieren escuchar a una chica narrar la masacre de Columbine mientras se maquilla - o analizar posibles culpables de una masacre intrafamiliar mientras se atraganta con KFC. Algunos quieren ver. Parafraseando a Chris Korda, a algunos les gusta mirar.
El gore como true crime profundiza la hipocresía del género, que convierte la narración de crímenes reales en entretenimiento. Este entretenimiento funciona para separarnos radicalmente del elemento criminal, satisfaciendo a su vez cierta curiosidad mórbida, que busca detalles. Buscamos detalles aunque sean innecesarios para entender la historia o la alevosía del crimen, y aunque sean humillantes para las víctimas. Y va más allá de jugar a ser detective - la mayoría de estos casos llegan a las granjas de contenido ya resueltos.
Tenemos este juego doble de repudio al criminal pero usufructo comercial del relato de sus actos. El periodismo es una justificación necesaria, en especial cuando el producto no tiene mérito artístico.
Monster, serie excelente que ficcionaliza los crímenes de Jeffrey Dahmer, puede justificarse en cuanto arte, en cuanto utiliza la historia verídica para decir algo más, para invitar a una interpretación poética de hechos repulsivos. El monólogo en YouTube transcripto de Wikipedia no es arte. Entonces, hacemos de cuenta que es periodismo. El tweet compartiendo fotos sin censura de un homicidio no es arte - entonces, decimos que es periodismo.
Vale la pena ahondar en uno de los factores más problemáticos del true crime - el self-insert. Básicamente, parte del consumo de true crime se basa en alguna clase de conexión imaginaria entre el suceso truculento y la audiencia. Por lo general, esta conexión se da en una de tres direcciones:
Hibristofilia - El espectador sexualiza al criminal.
Fantasía violenta - El espectador se identifica con el criminal y usa el relato para vivir el crimen vicariamente.
Fantasía de victimización/paranoia - El espectador utiliza el relato como una suerte de PSA de algo que podría sucederle.
En el caso del gore, por lo general, el material es anónimo u es atribuído a alguna organización criminal. Buena parte del material de mayor circulación es en realidad una forma de advertencia emitida por un grupo criminal a un grupo adversario. Pero, por lo general, no hay un individuo fácilmente reconocible que pueda vincularse al suceso. E incluso si ese es el caso, rara vez estos criminales tienen el star power de un asesino serial norteamericano activo durante el siglo pasado. ¿A qué se debe esta brecha de carisma? Excede el scope de este newsletter.
Con la hibristofilia como imposibilidad, vemos:
Una audiencia masculinizada
Una tendencia hacia la fantasía de victimización/paranoia
Una tendencia hacia un tipo de consumo compulsivo y autolesivo
Analizaremos esta tercera modalidad en breve.
Como fotoperiodismo
¿El video del niño palestino al que aludí en la introducción es periodismo? ¿Es fotoperiodismo? Sí. Técnicamente, sí. Ahora bien, el fotoperiodismo del Siglo XX conllevaba tres elementos clave:
Un contexto de producción
Un contexto de consumo
Un ritual de consumo
El contexto de producción era la labor riesgosa y altruísta de un equipo periodístico que se movía para cubrir eventos de profundo interés. Había rostros y nombres, había una verificación de los hechos (aunque fuese mínima, controversial e imperialista); y había un bagaje institucional.
El contexto de consumo era un relato que interpelaba al ciudadano responsable - que iba, entonces, a votar tangencialmente a favor o en contra de prologar esa violencia. El ritual de consumo era la situación prácticamente meditativa de consumir la historia, entendiendo su importancia y su gravedad. La predisposición del receptor no puede ser obviada. Cuando yo veo imágenes de la guerra que son anónimas y quizás falsas, compartiendo un timeline con videos de perritos, chistes, y demases, no puedo conectar con el material de una forma constructiva. Incluso si se trata de material imposible de procesar, del cadáver de un niño, de la obscenidad de la guerra. Lo siento, en el mejor de los casos, como una interrupción de pésimo gusto.
Vivo en una pecera de dopamina y plástico. Quiero ofertas, no quiero saber qué sucede en el mundo más allá de mi tejido urbano. Tengo entregables, tengo que tener un sync call con un PM. Mi vida es un gran jardín de infantes monetizado. El plomo, el territorio, la etnia, y la muerte me son ajenos. Lo más cercano que tengo es una parodia de masculinidad, 4 veces a la semana, en un gimnasio. Pago 30 lucas por mes para acceder a herramientas que me permiten inflingirme algún dolor físico para que mi cuerpo se parezca al de un hombre. La guerra no me compete, está fuera de scope.
El timeline es contrario a la concientización, a la reflexión, y al periodismo. Pocos inventos son tan absurdamente crueles como el feed infinito donde se unen un gatito real, un gatito generado con IA, una culona haciendo sentadillas y una persona que muere.
Sin contexto, sin accountability y sin ritual, el gore es sólo gore. Y entonces, ¿Qué es? Es meme/jumpscare, es entretenimiento, o es autolesión.
Como autolesión
Montandose a la ola del true crime, y con la crisis del género de terror como telón de fondo, en los últimos años se han formado pequeñas “comunidades” unidas por el consumo compulsivo de gore. Vice cubrió el fenómeno hace relativamente poco. Y si bien este reporte incluye algunos hallazgos interesantes, no confío en que la gente sea completamente honesta sobre sus motivaciones. En especial porque, muy a menudo, ni siquiera uno comprende por qué hace lo que hace.
Especulo, de cara a esto, que como los memes son rituales de TOC culturales, el consumo de gore es un ritual autolesivo. Sólo enfocarse en el sufrimiento es hacer el trabajo del diablo. Utilizar el milagro de internet para curarse una selección de lo peor que el mundo tiene para ofrecer es un ritual autolesivo. Muy tenuemente sugiere que, no importa lo que a uno le suceda, uno es incapaz de ser feliz.
Aunque uno sea un adolescente en Houston, viviendo en un palacio y consumiendo veinte mil dólares de Dr. Pepper al mes, su vida debe tratarse de tortura en México, de descuartizados en Filipinas y de rituales satánicos a la vuelta de la esquina. Continúo robando frases y acerco esta: “La investigación es un ritual en el que uno construye una relación cercana con una idea”. Proficiente plagiarista, rompo mi racha atribuyendole una cita directamente a Simone Weil, quien en “Atención y voluntad” propone que:
“La atención absoluta es una plegaria”.
Pudiste curarte un mundo interior con todos los recursos disponibles en el mundo - y mirá qué recorte absurdamente cruel decidiste hacer.
Nos vemos en unos días,
Aaron
Este fin de semana, estaré publicando una versión revisada de “Me gusta mirar”, artículo de hace 4 años que ahonda en estos asuntos.
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