Espero que estés teniendo una gran noche de miércoles, al compás de una copa de Cabernet Sauvignon, como yo.
Hace algunas semanas, cubrí el boom de los cursos de “appointment setting” y roles similares, dictados por adorables imberbes de dudosa legitimidad. Estos cursos son promocionados, no como un puntapié hacia una carrera en ventas con todos los altibajos de trabajar en el rubro, si no como boletos sin retorno a una vida opulenta.
Recuerdo algo que me sucedió hace unos años, cuando trabajaba con una compañía dedicada al diseño de interiores para aviones privados. En un asado, comenté el precio de cierto pequeño avión sobre el que había investigado y cuestioné jocosamente el carácter moral de su comprador. A esto, un amigo brillante me replicó: “¿Sabés los culos que tienen que sangrar para que tengas un avión privado?”
Me apropio de sus palabras y comento: “¿Sabés los culos que tienen que sangrar para que vivas en Dubai, tengas 2 Ferraris, y eso no represente un suicidio financiero?”
Ahora bien, entiendo el sueño de Dubai, por más adolescente que parezca. Y entiendo la esperanza de encontrar un hack que cause un relief financiero permanente - como si la “lifestyle inflation” no existiera, como si uno se hiciera rico regalando verdades caras.
Quienes siguen a estos falsos gurúes de la abundancia parten de un principio rector para nada despreciable: Creen en “la cultura del trabajo”, a pesar de su desprecio acérrimo hacia los empleados - tratese de un peón de estancia o de un médico. Ahora bien, creen que autoexplotarse hasta el absurdo es virtuoso, y creen que el dinero es proporcional a la intensidad de la auto-explotación. Pero, en este contexto de desesperanza financiera, el workhorse tiene una contracara siniestra: La del apostador compulsivo, hombre de todas las épocas, hoy convertido en niño.
En esta edición, vamos a explorar algunos fenómenos detrás de la epidemia de apostadores adolescentes, la gamificación como estrategia de retención socialmente corrosiva, y cómo estos fenómenos nos interpelan a quienes trabajamos en tecnología.
Pero, antes de comenzar, tengo un chivo:
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La mayoría de los CRMs son demasiado caros, tienen interfaces fulerísimas, y fuerzan flujos de trabajo poco eficientes. Tampoco se adaptan a la mayoría de las necesidades de una startup. Esto lleva a tener distintos pipelines en distintas plataformas, generando silos de información y desperdiciando presupuesto.
Folk resuelve esto. Básicamente, Folk es el Notion de los CRMs. Es muy versátil, y lo podés adaptar para gestionar todas las relaciones de tu compañía, desde invesores hasta prensa, leads, o cualquier otro tipo de contacto. Por supuesto, tiene todas las funciones que esperarías de un CRM (automatización de mails, enriquecimiento de contactos, integraciones, etc.) No importa qué CRM estés usando, Folk probablemente sea mejor.
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Antes de que me olvide, mi canción de la semana es “Damaged Goods” de La Roux y Gang of Four:
Mercados repugnantes
Entre mi primer empleo y la fundación de Postdigitalist, trabajé como freelancer. Mi segundo stint como freelancer fue exitoso (logré “el sueño" del freelancer”, es decir, fundé una agencia). Pero mi primer stint, que tomó lugar en una vacación auto-impuesta, fue traumático. Era muy chico (tenía menos de 20 años), y no entendía como funcionaba casi nada.
Como freelancer completamente clueless, me puse a merced de diversas plataformas, donde pésimos clientes intentaban estafar a trabajadores “precarizados” (pongo este concepto entre comillas, no porque lo considere inválido, si no porque creo que merece una revisión de acuerdo a los tiempos, discusión para otra ocasión).
Freelancear en plataformas es hundirse en una visión gamificada del trabajo. Recuerdo despertarme todos los días y que mi primer semi-pensamiento, en la transición entre el sueño y algo que generosamente podría denominarse “lucidez”, estuviese vinculado al trabajo. Mi primer acción del día, entonces, era revisar mi casilla de correo. Ese primer estímulo determinaría el tono del resto del día. Nulos o escasos resultados marcarían otro día de jugar a la ruleta en freelancer.com y plataformas similares.
Contestar publicaciones vagas con pitches elaborados, plantear un presupuesto dentro del número delirante propuesto por el cliente. Hacer eso durante un par de horas, sobre-optimizar el perfil de nuevo. Cumplir con assignments. Recibir un mail de PayPal notificandome que $75 dólares ya habían sido depositados. Gestionar el pago en Nubi, o plataformas similarmente viles, que laburarían la guita un par de días. Recuerdo esto y se me hunde el estómago. Las alternativas eran pocas: Loops de entrevistas laborales, entrevistas, la única propuesta generosa proviniendo de una empresa shady que regenteaba sitios de citas fraudulentos (más sobre esto luego).
Recuerdo una conversación que tuve con un colega fundador de una startup, que me decía, luego del cuarto vino, que al fundador, sobre todas las cosas, lo gobierna un deseo de autonomía, de que no le rompan las pelotas. Recuerdo esta época de mi vida y me desmoraliza la falta de control sobre mi situación que tenía.
Como fuese, el punto es: La situación en la que se encuentra un freelancer que está buscando su próximo almuerzo en una plataforma se parece demasiado a la del apostador compulsivo. Especialmente si pensamos que el tiempo es dinero. La lógica termina siendo, no la del empleo, si no la de las oportunidades de oro y las descargas de dopamina.
Pienso en tres perfiles hermanados:
Los “scholars” que jugaban a Axie Infinity por dinero.
Los “NPCs” que hacen monerías en TikTok a cambio de “regalos” monetarios.
Los streamers de juego que dependen de “tips” de Twitch para conseguir dinero que luego van a apostar.
Respeto profundamente al freelancer que edita videos para agencias. Aquellos que viven de trabajo “flexible”, white collars golondrina están eximidos de esta taxonomía que voy a explicar. Pero aquellos que trabajan en plataformas, ya sea escribiendo copy para sitios de apuestas o como lolcows pertenecen a un submundo de mercados repugnantes que emulan o brindan apoyo logístico al mercado del juego online. Seguiré en esta última línea un poco más tarde.
El metaverso y el sueño del trabajo no-productivo
En Bullshit Jobs, David Graeber elabora un análisis muy interesante de una verdad palpable: La mayoría de los empleos son socialmente prescindibles - especialmente, los bien pagos.
Algunos dirían que la sociedad industrial produce bullshit jobs porque necesita que exista una clase media. Otros apuntarán que la financiarización de la economía - con el deterioro del sistema de incentivos que eso generó - es la principal culpable de la escala y profundidad del fenómeno. Ambas posturas son correctas.
El colmo de la cuestión es cierto sueño húmedo que se popularizó durante la locura de los NFTs, y que involucraba que actividades lúdicas pasaran a ser redituables económicamente. Si el tecno-optimismo del metaverso pudiese sintetizarse en un término, este sería “play to earn”.
El ejemplo más interesante en esta categoría fue Axie Infinity, un juego cuyo único mérito fue que jugarlo era lucrativo. Axie Infinity funcionaba, parcialmente, gracias a un sistema de “scholarships”. Básicamente, como el juego era play to earn y pay to play, tenía un costo de entrada que muchos jugadores no podían cubrir. Entonces, benefactores empleaban a estas personas marginalizadas para que jugaran a cambio de una porción de sus ganancias. Básicamente, durante algunos meses, el juego funcionó gracias a una pseudo-clase que vivía de la plusvalía generada por jugadores filipinos.
Por supuesto, esta dinámica es vil y absurda. La nobleza de los capitalistas de antaño residía en tomar riesgo en función de montar estructuras que generarán un impacto social positivo. Necesitamos al empresario porque necesitamos a alguien lo suficientemente psicotizado como para hacer de su misión de vida inundar el mercado de rulemanes. Necesitamos que alguien sienta orgullo por ser el mejor fabricante de rulemanes.
No es necesario aclarar que el capitalismo actualmente existente repele esta visión: Hacer rulemanes es complicado, pagarle sueldos dignos a los obreros es desafortunado. Si el sueño del metaverso hubiese triunfado, habríamos terminado acuclillados en cuevas, entretenidos con actividades que sólo producen dos cosas: Dopamina en nuestros cerebros y oscilaciones en los números de alguna wallet. Como dijo el funado Ye, ya habitué de mis delirios:
“My focus is on building real products in the real world. Real food, real clothes, real sheter. Do not ask me to do a fucking NFT.”
De todas formas, a pesar de que el mundo material no haya quedado absurdamente relegado, el hecho de que vivamos existencias híbridas, con acceso permanente al mundo digital, ha facilitado una relación poco sana con el trabajo. Este es el caso particularmente entre los trabajadores remotos.
El pesado oso que anda conmigo
Uno de mis poemas favoritos se titula “The heavy bear that goes with me” y fue escrito por Delmore Schwartz a mediados del siglo pasado. El poema trata sobre lo que los freudianos denominan “el ello”: la voz del poema es perseguida por una presencia fantasmagórica, que porta su deseo animal y su miedo a la muerte. Si esto no fuese una tangente, compartiría el poema entero. En su lugar, voy a citar sólo su párrafo final:
“That inescapable animal walks with me,
Has followed me since the black womb held,
Moves where I move, distorting my gesture,
A caricature, a swollen shadow,
A stupid clown of the spirit’s motive,
Perplexes and affronts with his own darkness,
The secret life of belly and bone,
Opaque, too near, my private, yet unknown,
Stretches to embrace the very dear
With whom I would walk without him near,
Touches her grossly, although a word
Would bare my heart and make me clear,
Stumbles, flounders, and strives to be fed
Dragging me with him in his mouthing care,
Amid the hundred million of his kind,
The scrimmage of appetite everywhere.”
Hoy, en lugar del pesado oso, nos persigue el alterego que producimos para nuestra vida laboral. En lugar del pesado oso que anda conmigo recordandome que estoy horny y voy a morir, me persigue el pesado oso que contesta mails cordialmente, quien acarrea como preocupación existencial los KPIs de este trimestre.
Ya no basta con que estas sean mis preocupaciones durante 30-40 horas por semana, el trabajo ya no es un lugar, es un rizoma. No voy a una oficina, disfrazado de este personaje, y me deshago de él cuando me voy. La oficina es el escenario de una dinámica híbrida. Tras un stack de herramientas cada vez más amplio - plataformas de comunicación, de productividad, y de reporting, y bajo la promesa del spatial computing y el trabajo remoto, los trabajadores white collar vivimos en el trabajo, teniendo que forzarnos a olvidarlo durante intervalos discretos.
En este contexto, el “don’t ask, don’t tell” de la economía de guerra nos llega como un alivio. Quienes se quejan de ya no tener que “ir al trabajo como sí mismos” son el ave que aprendió a amar su jaula.
Nuestro stack no sólo facilita esta dinámica enfermiza, crea un sistema de incentivos químicos, disfraza de juego la interacción, y nos da un casino de logros mesurables. Si trabajamos en SaaS, esta dinámica está profundizada. Todos nuestros objetivos son mesurables y se comunican en acrónimos fáciles de recordar. Subió el MAU, pero no bajó el CAC. Cuidado con la tasa de conversión.
Esto no es necesariamente malo. Para nada - la mesurabilidad brinda transparencia (a veces) y ayuda a fijar objetivos (a veces). Pero estamos ingresando en una época en la que lo más importante es inmesurable. Lo sensual, lo elusivo, y lo anecdótico van a ganarle a lo mesurable - porque lo hicieron desde el origen de los tiempos. Una charla de tres horas con un lead clave café de por medio probablemente tenga mayor impacto comercial que el MAU - pero ríos de tinta se escriben sobre el MAU, departamentos enteros se dedican la MAU, porque es mesurable. Y no sólo se cree que lo mesurable es importante. Más gravemente, se cree que porque algo es mesurable, es predecible.
Niños apostadores
Hasta el momento, he divagado sobre cómo incluso actividades laborales más o menos legítimas se asemejan a casinos. Pero, ¿Qué hacemos con los casinos-casinos?
Algunos comentaristas han atribuído la proliferación de casinos online a la falta de oportunidades laborales y el fenómeno de los niños apostadores a falta de control parental. Este análisis me parece atinado, pero me gustaría ir a particularidades que podrían convertirse en acciones concretas. No me basta con hacer un análisis de época - puede contenerse este fenómeno, incluso sin cambiar las condiciones macroeconómicas y sociales que lo generan. Algunas medidas para prevenir la aseveración de este fenómeno incluirían:
Prohibir la publicidad de casinos online en contextos donde pueda ser consumida por menores de edad (redes sociales, partidos de fútbol, transporte público, etc.)
Perseguir más enfáticamente a los casinos offshore (compañías que no tienen una licencia para operar en mercados donde se publicitan y permiten a los usuarios apostar ilegalmente).
Castigar impositivamente, no sólo a casinos y advertirsers, si no también a los fondos de inversión que están propulsando la expansión de casinos online.
Prohibirle a los casinos y casas de apuestas que le paguen por publicidad a individuos.
Presionar a plataformas de streaming para prohibir los streamings de juego online.
Restringir métodos de fondeo.
El lobby por medidas concretas podría ser mucho más útil que un mero diagnóstico, algo es cierto: los mercados, en especial los mercados llamados repugnantes son extremadamente inventivos.
Al final del día, uno de los factores principales del desarrollo del SEO como industria cottage fue la restricción de la publicidad del juego online. Sin la posibilidad de comprar ads en Google, la visibilidad de las casas de apuestas virtuales dependía de targettear keywords orgánicas.
Si bien el problema de los niños apostadores podría atenuarse con medidas concretas, ya sea en casa o en el Congreso, veo mucho más problemática la gamificación de dinámicas que no ocurren en un contexto de apuesta explícita. Podés cerrar todos los casinos menos el casino interior.
Hasta la semana que viene,
Aaron
Excelente como siempre, Aaron McAaron de lafe.
Pará, loco. Ya estaba demasiado bajón.