¿Qué tal?
Espero que estés teniendo un gran domingo. Te doy la bienvenida a una nueva edición de este newsletter. Esta vez, voy a ahondar en un sólo tópico. La coyuntura me obliga. La próxima semana, volveremos a nuestro popurrí de noticias.
Mi canción de la semana es “Danny Nedelko” de IDLES:
Esta elección está motivada por dos factores:
Es un temón.
Tengo que prevenir una lectura ambigua de la introducción.
Empecemos.
“No soy alt-righter, pero voy a serlo pronto.”
Dato de color, que pocos saben pero que a nadie va a sorprender: Yo era alt-right adjacent durante mi adolescencia. Especialmente, curtía el deep lore pseudoacademicista youtuberiano. Videos de 2 horas en los que un muchacho, probablemente no mucho mayor que yo, leía fragmentos de papers para “debunkear” a un algún activista.
En ese momento, yo no me consideraba alt-righter, me consideraba escéptico. Entonces, desde mi trono de PDFs a medio leer, miraba al racialismo de la alt-right con desprecio. Racialismo, término al que llegué mediante mi educación católica. Pocas cosas recuerdo del colegio: Algo de literatura francesa del siglo XVIII, cómo escribir 18 así, algunas declinaciones de sustantivos en latín y la historia del racismo.
Como fuese, el “racismo científico” era mi línea de corte. Podía entender la bronca sobre la violencia sexual que estaban sufriendo las mujeres en Alemania, transmutada en medio al invasor. Todavían no habían empezado con la estupidez de “están volviendo gays a los niños”, esa conversación se trataba de “gente no-binaria dejando en ridículo a los transexuales reales”. Eramos tan jóvenes…
Como fuese, era una rana siendo cocinada a fuego lento hasta que encontré un video en particular. Uno de estos compiladores y rejurgitadores de papers hizo un video titulado algo del estilo “no soy alt-righter, pero pronto voy a serlo.”
En él, explicaba que si bien no le gustaba la rowdiness de la alt-right, pronto iba a verse obligado a darles un apoyo que le resultaba poco natural pero necesario. ¿Por qué?
Según él, la alt-right era la única fuerza política que estaba dispuesta a abrir la conversación sobre las diferencias en inteligencia y carácter inherentes a las razas. Y a su parecer, esa era una conversación urgente. Si no se podía abordar, no podríamos salvar a Occidente y garantizar un futuro para los niños… Occidentales.
En ese momento entendí que, como muchacha que te pregunta “qué somos”, no podía quedarme quieto en mi lugar cómodo del espectro ideológico. No podía vivir en el lobby del racismo. Tenía que entrar sí o sí, pedir un turno, y acostarme en la misma cama que… no lo sé, David Duke y la CIA.
Hay dos formas de interpretar este tipo de “embudo de radicalización”:
Alguien que no solía ser racista es cocinado a fuego lento hasta que se encuentra a sí mismo aceptando o advocando por causas que en un comienzo le habrían sido impensables.
Esta progresión paulatina es una engañapichanga, como diría mi abuela. Básicamente, tanto generadores como receptores de discurso están dispuestos a aceptar la postura más extrema desde el vamos, pero necesitan, en un doble fondo de autoengaño y corrección política, convencerse a sí mismos de que, si bien la voluntad estaba, no iban a “llegar tan lejos” hasta que las circunstancias los obligaran.
Ahora bien, todo movimiento radical tiene esa suerte de reloj del fin del mundo que marca cuánto falta para que “suficiente sea suficiente”. Todos menos el trotskismo, bah - pero ahondar en esto nos obligaría a mirar al trotskismo de frente y aceptar lo que es.
En esta exploración (no llega a ensayo), voy a analizar algunos fenómenos relacionados en pos de predecir profunda y competentemente la próxima gran ola de radicalización. Voy a pensar en la intersección entre política y tecnología, como acostumbro. Y no me interesan los fenómenos a escala local, sino las tendencias globales de las que terminamos siendo subsidiarios.
Avanzo recurriendo a una noticia.
Las IAs pervierten el propósito de las cosas
Hace 3 días, OpenAI lanzó un modelo llamado Sora. Sora sirve para crear videos de hasta un minuto de duración.
Si bien los ejemplos de aplicación del modelo son muy superiores a las primeras exploraciones de videos generados con IA, que eran lisa y llanamente pesadillescos, todavía “le falta”. Pero, por supuesto, decir que a un modelo de IA generativa “le falta” no es un argumento en contra del sector. En el mejor de los casos, será percibido como un desafío. En el peor, como una obviedad.
Sora me azuza tres observaciones:
Puede ser usado para pitchear y simular puestas en escena, bajandole los costos a la experimentación audiovisual y dandole nuevas herramientas a los creativos para negociar en un contexto cada vez más adverso al riesgo.
Herramientas de generación de video de alta fidelidad con IA no pueden ser de acceso libre y sus outputs no deberían ser anonimizables.
Una de las consecuencias más tristes de las IAs generativas es que profundizan un devenir en el que internet ya no sirve para lo que se inventó.
Expando este último punto.
Uno de los outputs que publicó OpenAI para demostrar el poderío de Sora es un video de “una mujer estilosa caminando por las calles del centro de Tokyo”. Obviamente, esa mujer no existe, su ropa extravagante, pobremente sastreada tampoco, y ese Tokyo no es el Tokyo realmente existente. Un video “de Tokyo” ya no sirve para aprender cómo es Tokyo. Un artículo sobre cómo lograr X o Y cosa ya no es la experiencia única de un experto (o al menos, un pasticho mediado por el criterio de un copywriter generalista).
Un comentario dejado bajo un tuit ya no sirve para aprender qué opina alguien. El carácter unreliable y surrealista de los outputs de las IAs ataca dos de los objetivos básicos de internet:
Conectar a la gente
Acceder a información de calidad a escala
Esta polución informativa no sólo va a servir para “turbocargar las campañas de desinformación” o lo que sea que estén vendiendo los periodistas ahora. Poluciona el mundo que le dejamos a nuestros hijos - que no es el mundo material, por supuesto.
La opción virtual
“The Dire Problem and the Virtual Option” es un artículo de 2009, escrito por Curtis Yarvin bajo el moniker “Mencius Moldburg”.
En su fursona más fascista e ilegible, Yarvin arguye por “la opción virtual” - es decir, la posibilidad de un tecnototalitarismo que encierre al lumpenproletariado global y los conecte a pods de realidad virtual. Esta experiencia estaría pre-curada para cubrir las necesidades básicas de los sujetos y darles un sentido de fulfillment y entretenimiento (mediante drogas y maquinaria sexual). La opción virtual protegería al resto de la sociedad de:
Las consecuencias sociales de la desigualdad
La obligación de forjar dinámicas para el beneficio de los marginados
Más allá de lo truculento del argumento de Yarvin (que no comparto, ya que soy un buen chico demócrata y cristiano), quiero rescatar uno de los últimos pasajes del artículo. Traduzco:
“Alrededor del mundo, en cada villa miseria donde hay una XBox, la opción virtual está tomando forma.”
Desde el Work for Home hasta las clases virtuales, las recomendaciones de mandarse nudes en lugar de tener sexo, y la reducción del tamaño de las viviendas, podríamos decir que la opción virtual está acá - pero está acá para todos. Bueno, no para todos: Mark Zuckerberg tiene una granja en Hawaii donde cría wagyu y angus. Oculus, Tinder y NotCo en un monoambiente alquilado para vos. Brisa en la cara, dos hijas, tierra a su nombre, y carne de vaca para él.
En este contexto, con una juventud que tiene su vida digitalizada y pocas posibilidades de ser dueña de algo más, polucionar internet es polucionar el aire.
Y la polución va a continuar, porque una vez una tecnología se lanza al mundo, y una vez se prueban ciertas hipótesis de uso, intentar detenerla es una empresa tan ridícula como intentar meter el mar en una taza. ¿Qué hacer, entonces?
Machine slave, human master
¿Qué hacer? Relegar internet a espacios funcionales. Internet hoy es un lugar donde la gente pasa tiempo. Doomscrollea, construye ego, arroja contenido para recibir un feedback que valide su autopercepción. La sequía artística llama la atención porque el grueso de la gente integrada, de entre 14 y 40 años se autoficcionaliza en internet constantemente. Quizás el problema venga de que estas ficciones no son interesantes, genuinas o creíbles.
Como fuese, internet ya no es un lugar al que la gente va a hacer cosas, es el tercer lugar que reemplaza a todos los terceros lugares. En lugar de utilizar internet para trabajar, luego para ver una película, y luego para responder un mensaje, la mayoría de la gente lo utiliza como fuente de entretenimiento y bienestar constante. Entonces, la relación de poder se invierte e internet ya no nos tiene que justificar su existencia en función de cumplir con ciertos objetivos. Sólo tiene que estar ahí y darnos algo.
¿La solución? Lamento decepcionarte, pero no creo que la solución sea entrar a un depósito de CompraGamer con un palo y nada que perder. En su lugar, hay que relegar a internet en general y a la tecnología en particular a casos de uso específicos. No estar en internet sin agenda, y muy intencionalmente buscar el encuentro personal con el otro, siempre que sea viable. Internet es tres cosas:
Una herramienta para logar objetivos comerciales y de entretenimiento específicos.
Un sustituto a la presencialidad que hace posible el comercio internacional con velocidad y eficiencia sin precedentes.
Un espacio de transición entre instancias presenciales.
Básicamente, hay que volver a abordar internet con la cautela de los boomers.
Llegado este punto, pienso en lo siguiente: Para salir de internet - o mejor dicho, para que internet pase a ser accesorio a la vida, mi generación debería hacerse de herramientas sociales para construir identidad y forjar comunidad por fuera de espacios virtuales. Estas herramientas son raras y difíciles de conseguir, en especial para gente de clase media.
La opción virtual ya fue lanzada, pero se erró el objetivo: El arquetipo masculino del lumpenproletario tiene las herramientas sociales que los muchachos de clase media y clase alta nunca consiguieron. Recuerdo lo que plantea Ted Kaczynski (cuyas acciones no avalo, ya dije - católico y demócrata), sobre la gente sobresocializada. Traduzco del manifiesto del Unabomber:
“En pos de evitar sentimientos de culpa, [la gente sobresocializada] continuamente tiene que engañarse a sí misma sobre sus propios motivos y encontrar explicaciones morales para sentimientos y acciones que en realidad no tienen un origen moral. (…) La sobresocialización puede llevar a baja autoestima, un sentimiento de falta de poder, derrotismo, culpa, etc. Una de las más importantes herramientas que utiliza nuestra sociedad para socializar a los niños es hacerlos sentir culpa por comportamiento o dichos contrarios a las expectativas sociales. Si esto es hecho en exceso, o si un niño es particularmente susceptible a esos sentimientos, termina sintiendose avergonzado de sí mismo.”
Kaczynski plantea que quienes están sobresocializados, por lo general, tienen un activismo que se finge contestatario, pero que en realidad está funcionando como una suerte de Quality Assurance de promesas sociales. El reclamo no es “los principios que rigen esta sociedad están mal”, sino “los principios están bien, pero no están siendo implementados correctamente.”
Kaczynski se ensaña con “los izquierdistas”. Pero la derecha que se cree contestartaria peca de exactamente lo mismo. Por eso su activismo es mayoritariamente virtual.
Pienso en quienes protestan, no la polución de internet, si no la polución de nuestros ríos y nuestra atmósfera. Pienso en sus formas de protesta, que son claramente postureo autolesivo. Pero de alguna forma, contra todo pronóstico y toda intención, la protesta mediante iconoclastia en museos es brillante. Y es brillante porque no se trata del clima.
Dejame plantearte una escena, y después te deo en paz hasta el próximo domingo.
Estudiante de carrera sin salida laboral certera, nacida entre atentados terroristas, heredera de poco y nada, mancha con salsa de tomate una obra de 300 años de antiguedad. Quien la pintó murió hace mucho tiempo. Quizás haya tenido un atelier, quizás haya muerto pobre. Pero su legado está colgado en algún Louvre o alguna National Gallery, y todos los días, miles de personas le pasan en frente, y le dedican un momento. Tenemos una impresión, capturada y trabajada por alguien cuya consciencia se esfumó hace años, y los nietos de quienes caminaron la tierra como sus contemporáneos lo ven, y les merece algo, aunque sea pequeño.
Nadie sabe qué hay que hacer, qué forma debería tomar algo, para azuzar el consenso histórico que enaltece a la obra de Rembrandt, por ejemplo; para la mayoría de nosotros, nuestra mejor esperanza de trascendencia es algo del estilo de comprar una casa, abrir una tintorería y tener un hijo.
Kaczynski, cuyo legado es un raid criminal y el manifiesto que estoy leyendo, decía que la praxis política de los sobreescolarizados era un intento desesperado de reclamar un poder que creían merecer, pero al que resentían. Las demostraciones de Extinction Rebellion fueron presentadas como una protesta contra un tercero, en la que la obra afectada es sólo un decoy. Pero prefiero pensar en estas protestas como una revuelta contra la trascendencia. Trascendencia que, como el poder, se anhela y se resiente al mismo tiempo.
Estas van a ser las coordenadas de radicalización de quienes hoy están terminando la escuela secundaria.
Hasta el próximo domingo,
Aaron
Muy bueno loco