En 2022, Sydney Sweeney (sí, esa Sydney Sweeney) le contó a un periodista de The Hollywood Reporter que está endeudada y que no podría tomarse un retiro de 6 meses para tener un hijo.
Traduzco unas palabras de Sweeney:
“Siempre quise ser una mamá joven, y estoy preocupada sobre cómo la industria estigmatiza a las mujeres jóvenes que tienen hijos y las mira bajo una luz diferente. Estoy preocupada porque si no trabajo, no habrá dinero para mantener a los niños que tendría. (…) Ya no le pagan a los actores como solían hacerlo, y con las plataformas de streaming, ya no te dan residuales. Las estrellas establecidas están bien pagas, pero yo tengo que darle 5% a mi abogado, 10% a mis agentes, 3% o algo así a mi business manager. Le tengo que pagar a mi publicista todos los meses, y eso cuesta más que mi hipoteca.”
Como nota un artículo en Defector, el perfil de Instagram de Sweeney está plagado de posts promocionados. Este caudal de contenido es alrededor de 10 veces superior al del perfil de Dakota Johnson (hija de Don Johnson y actriz de similar fama).
Tangente que me guardo para otra ocasión: Tener una pésima cuenta de Instagram es un flex.
Sweeney explica:
“si solamente actuara, no podría pagar mi vida en Los Ángeles. Hago publicidades porque tengo que hacerlo. No puedo creer que haya podido comprar una casa, me gustaría poder quedarme en ella.”
Básicamente, ahora no basta con ser una actriz linda, joven y de fama internacional. Si estás ahí por el milagro de la movilidad social ascendente, vivir paycheck-to-paycheck en Los Angeles requiere vender tu imagen a marcas constantemente, por chirolas. Y cada cheque va a ser dividido por burócratas del espectáculo que te convencen de que vos los necesitas más de lo que te necesitan a vos. Este es el síntoma de una sociedad en crisis.
En esta edición, voy a ahondar en las causas espirituales de esta crisis, sus consecuencias, y el camino para revertirla.
La canción de la semana es “Pelotuda” de Dillom:
Los pibes pobres del Chaco, el IVA de sus fideos, y la meritocracia de la industria cultural
“Un museo es un lugar maravilloso, es la casa donde los hombres atesoran las más preciosas obras de su creación. En los museos vive el espíritu, el talento y la imaginación de los artistas. Recorrer un museo es una experiencia única, fascinante. Por eso, con el deseo de extender a todos la riqueza del arte de nuestro país, he decidido compartir mi colección de arte argentino. Una colección exquisita que habrá de combinarse con obras de artistas extranjeros de este y otros tiempos, que serán presentadas a través de exposiciones rodantes periódicas. Con respecto al edificio proyectado por el arquitecto Rafael Viñoly, se trata, también, de una obra de arte, una construcción cuyo diseño expresa de manera cabal la fuerza del diseño contemporáneo.” - Amalia Lacroze de Fortabat
No voy a reversionar el artículo de Defector. Es una gran exploración del contexto corporativista que ha dejado a la mayoría de los actores en una posición de desventaja económica seria. En su lugar, voy a explorar cómo se manifiesta este fenómeno a nivel local (es decir, argentino).
La respuesta más boluda y más fácil a este planteo, acá y en LA, es “¡Pobres los pobres! ¡Sydney Sweeney es millonaria! ¡Incluso un cantante presuntamente deshauciado está cobrando más que la persona promedio!”
Esta respuesta es sintomática de una enfermedad llamada “nominalidad”. El costo de vida de una actriz en Los Angeles, incluyendo todos los cuervos que tiene que tener en payroll es mucho más alto que el de una persona promedio.
Sean 200 mil dólares o 20 millones, Sweeney, por el nivel de fama que ha alcanzado y el costo que ha pagado para llegar hasta ahí, debería ganar suficiente dinero como para vivir cómodamente, sin presiones económicas diarias.
Cuidado: Este es el mismo destino que deseo para un arquitecto, un abogado, u alguien con un trabajo sindicalizado. Quiero una clase alta compuesta por gente talentosa, que tenga el tiempo y la abundancia que necesita para crear grandes cosas, que conmuevan y enaltezcan a la especie humana; y una clase media que pueda dormir 8 horas, tener fines de semana, e irse de vacaciones. No me gusta la miseria, y creo que la principal función del Estado como institución y de la sociedad como amalgama de compromisos y demandas es prevenir la miseria.
Creer que una sociedad que invierte en las artes tiene una ineficiencia que resolver es lisa y llanamente estúpido. Ojalá pudiera articular un calificativo menos técnico.
Las sociedades más prósperas e influyentes invierten en arte. En arte como industria que genera réditos materiales y construye soft power, en arte como vehículo para propagandizar, y en arte como lavado de culpas y reducción de impuestos. No necesitamos una clase alta con interés artístico genuino. Siempre la aristocracia estuvo plagada de patronage utilitarista y poetastros.
Pero lo que tenemos ahora, una clase alta sin sensibilidades, que cree que el fin último de la vida es meramente “competir en el mercado con mejores productos a menor costo”, deja vacante un espacio.
Sin patronage público, sin fundaciones, yendose a Uruguay a vivir en un ghetto para no pagar impuestos en lugar de llenar un pabellón de arte, nuestros ricos se niegan a hacer del apoyo a la cultura parte de su legado. No hay legado, sólo hay hoy. Todo pensamiento no-urgentemente monetizable es ornamental, y el ornamento es malo.
Esto es mentalidad de la escasez, esto es pobreza. Get well soon!
Así se comporta una clase alta de cabotaje, que luego de generaciones de “hacerse desde cero sin ayuda de nadie”, no aprendió a ser elite.
Entonces, el Estado cubre esos espacios. Le tira unos mangos a unos cines, le tira unos mangos a unas películas y a unos ciclos de poesía. Y monopoliza el financiamiento cultural de una forma poco transparente y vulnerable a volantazos electorales.
De todas formas, esta declaración “El Estado monopoliza el financiamiento cultural” sólo es válida si pensamos como cultura a la “alta cultura”. Hay cultura que se autofinancia - más o menos.
El trap y lo que come la máquina del dinero
El modelo de la industria musical sufrió cambios bastante violentos en los últimos años. Estos cambios movieron el capital lejos de los artistas y los forzaron a ciclos de lanzamientos y giras exhaustivas, incentivando la explotación y la aversión al riesgo.
Esta aversión al riesgo es fortalecida por el éxito comercial sostenido. El rédito no se convierte en un recurso para innovar, si no en evidencia de que no es necesario arreglar la máquina porque no está rota.
A su vez, las nuevas formas de consumir música crearon audiencias que demandan novedades constantes, tanto mediante el lanzamiento de nuevos temas, como mediante la generación de micropolémicas telenovelescas. ¿Recuerdan el asunto del feed de IG de Sydney Sweeney vs. el de Dakota Johnson?
Dentro de esta máquina, la falta de autonomía creativa y personal de los artistas es palpable. Eso hace que por lo general, no lleguen los mejores, si no los más complacientes.
Recuerdo cuando a Emilia Mernes le preguntaron sobre la situación de los artistas en Argentina, y comenzó a buscar con la mirada a su publicista, desesperada como un nene que se perdió en un supermercado. Su música vende empoderamiento femenino, su realidad se parece más a la de una idol de k-pop. No podemos lidiar con el potencial backlash (aunque sea marginal), de que Emilia tenga una opinión. Su valor de mercado depende de ser una blank slate a la que podamos arrojarle más o menos lo que venga.
Hoy vende el imaginario de empoderamiento femenino lavado, limitado a la sexualidad y el “hacer plata”. Se siente como contrahegemónico, pero es el pináculo de la mercantilización del cuerpo y del talento. Si pudieran entrenar a una IA para que interprete a Emilia en base a prompts, á la Ashley O, lo harían. Pero la Emilia basada en carbono está tan bien entrenada que intentar reemplazarla sería un desperdicio de recursos.
Podría decirse que el star system es así internacionalmente, desde hace muchos años, y desde antes de Spotify. Esa falta de autonomía enloqueció a Britney en 2007-2008. Quizás peque de Zoomer y esté hablando como si el mundo hubiese empezado ayer. Pero hasta hace unos años, la máquina todavía hacia apuestas fuertes. Las últimas, quizás, hayan sido Lady Gaga y Lana Del Rey. A nivel local, tenemos como ejemplo singular a Dillom.
Oráculo
Todo este asunto de artistas sin autonomía creativa y actores endeudados nos obliga a hacer una pregunta: Si ser un artista no es un trabajo aspiracional, ¿Qué es un trabajo aspiracional ahora? ¿Venderle cursos de trading a nenes?
Antes de proceder, debo hacer una aclaración: No soy anti-capitalista. Soy crítico del capitalismo, porque el rol crítico, si se toma en serio, es siempre un rol constructivo. Creo que el mercado es una interfaz, no un fin en sí mismo. Por eso me parece tan burdo el “¡Ay, pero hace plata!”
Doy un ejemplo:
Proposición - La música de Ysy A es de pésima calidad.
Presunto contraargumento - Tu opinión no tiene mérito, ya que la música de Ysy A hace mucho dinero.
Ysy A tiene 7 millones de escuchas mensuales en Spotify. Según data del Departamento de Justicia de los Estados Unidos, 6 millones de norteamericanos fuman crack con frecuencia. ¡Hay fuerza en los números!
Por un momento, voy a confrontar este argumento seriamente: Hay un sesgo considerable en quién llega a competir en el mercado con los recursos suficientes como para tener una chance de ganar. Si las discográficas sólo habilitan recursos materiales, plataformas y capital simbólico a ciertos artistas, esos artistas van a tener éxito. Además, si los adiestran para producir dentro de las expectativas que las discográficas setearon, el público va a recibir el nuevo material positivamente. El juego está arreglado, la casa siempre gana. Y quien apueste contra la casa va a ser suertudo si llega a la puerta.
La problemática que me ocupé de describir y contra la que protesté durante todo este artículo, podría resumirse en una sola oración: Se perdió de vista la idea de que el propósito de la abundancia es la trascendencia.
Quizás esto se deba a que un clima de inestabilidad y frenesí tecnológico hace que nadie nunca se sienta lo suficientemente abundante como para ocuparse de su legado. Quizás el ateísmo (en su sentido más profundo e idólatra) esté funcionando como una excusa para tener una vida espiritual pobre.
Pienso en la entrevista de Tucker Carlson a Putin, y en la explicación de media hora con la que Putin aburrió y alienó al golpeable periodista. La justificación histórica de la invasión a Ucrania sólo tiene sentido si pensamos que Putin ya logró la mayor concentración de poder posible y no está actuando en función de oportunismo geopolítico, ahora va a por el mármol.
Hipótesis: Independientemente del bienestar económico de la población general, la idea de trascendencia se mantiene intacta en sociedades iliberales. En Occidente, es una peculiaridad simpática de artistas de una generación pasada.
Tu mejor nota
Mi favorita!