Sería tan lindo hacer una gran mesa / nacional / sólo para vos
"Ni siquiera hay que censurar a nadie, con las trampas morales autoinflingidas basta y sobra."
Querido lector (is that a fucking Jane Eyre reference?),
¡Si supieras el backlog de artículos que tengo!
Desde exploraciones cuasiperiodísticas sobre estafas destructivas, hasta teorías grandilocuentes sobre las causas macroeconómicas de la degradación de internet.
Pero me veo obligado, pobre de mí, a aprovechar la coyuntura, como solíamos hacer en cierto contexto editorial que no vale la pena rememorar.
Voy a intentar, al menos, que esta exploración sea perenne. No me importan los detalles que parecen preocupar mucho a mucha gente. No voy a nombrar a nadie ni a describir ningún suceso. Nadie me traicionó, no perdí ningún héroe - y si lo hubiese hecho, sería mi responsabilidad por tener el pedestal fácil.
Si la presente llega al viernes sin cubrirse de moho, me declaro triunfante.
La canción de la semana es “Girl is a Gun” de Halsey:
Derecho a una plataforma
El asunto del derecho a una plataforma y las consecuencias políticas de “darle una plataforma” a alguien vienen discutiendose desde 2016 (al menos). El deplatforming (privar a alguien “cancelado” de una plataforma) era una estrategia que se creía poderosa durante los primeros albores del feminismo pop post de la década pasada. Feminismo que se expandió rizomáticamente en instituciones y comunidades.
Quienes no saben cómo funciona el mundo pueden atribuír este fenómeno a un puñado de youtubers ateas que polemizaron cómo se trataba a las mujeres en las convenciones del movimiento. Esta discusión dividió a la “comunidad atea” de YouTube en dos bandos: Uno viró al feminismo Buzzfeed. El otro, se convirtió en lo que jocosamente se apodó “la escuela Youtuberiana”. Ya traté brevemente la retórica y la radicalización de “la escuela Youtuberiana” en un artículo anterior. No va a ser mi foco ahora.
El “deplatforming” se convirtió en un imperativo moral, dentro de un grupo más bien endogámico. Esto debió ser balanceado por la entrada de actores nuevos, fanáticos conversos. Esto llevó, en algunos casos, a erosionar la historia y achicar la teoría. De repente, referir a los aportes de X o Y persona era considerado un endorsement a todas sus acciones. Se vio también en la música, con artistas extremadamente talentosos que tuvieron sus carreras truncadas por el deplatforming.
El deplatforming tiene la existencia doble de la que gozan muchos conceptos. Tiene ciertas características y efectos en la mente de quienes advocan por él, y otros muy distintos en la realidad.
En teoría, el deplatforming:
Previene que gente con ideas nocivas las disemine y monetice.
Es una forma poderosa de limitar e incluso hacer desaparecer definitivamente a personajes públicos y movimientos.
Tiene un carácter democrático, es community policing que se hace de forma honesta, altruista, y de abajo hacia arriba.
En la realidad, el deplatforming:
Sólo es efectivo cuando es hecho de arriba hacia abajo, o cuando el target es un fusible.
Brinda capital social al cancelado, si el cancelado tiene poder. La industria cottage de “comediantes anti-woke contestatarios cancelados” evidencia eso. No creo que Dave Chapelle sea tan transfóbico, sólo le gusta el dinero y sabe que su hora pasó.
Es posible sólo dentro de la longhouse, como mecanismo para camuflar pujas de poder. Es una forma de punir una transgresión moral (real o percibida) manteniendo la apariencia del consenso y la igualdad. El discurso no es el de el débil vs. el fuerte, es el de el moral vs. aquel que insiste alegremente en el error y se resiste a ser corregido.
¿Te parece que esa obstinación puede ser una buena decisión de branding personal? Bingo, entendiste la estrategia del “comediante cancelado”. El deplatforming es el temor de los débiles y el fetiche de los fuertes pero obsoletos.
Llegado este punto, vale la pena aclarar algo: Nadie tiene la obligación de brindarle un espacio a nadie. Como mencioné en una edición anterior de este newsletter, la censura es buena. Lo discutible es el criterio que se aplica.
Hacia el final de este artículo, ahondaré en dos asuntos importantes:
La naif alternativa de invitar a Hitler a debatir y que el libre mercado de ideas decida.
La condición irrevocable para hacer esa gran mesa nacional y coexistir en la diversidad ideológica.
Caso de estudio
Hace unos años, el periodista británico Milo Yiannopoulos era visto como una amenaza real para el feminismo y la convivencia en la diversidad. Este muchacho homosexual de origen griego, pésimo cabello, y manerismos insoportables era considerando una suerte de token funcional de los republicanos.
Tangente: Interesante tendencia, tienen los republicanos, de tercerizar sus cuadros más obsecuentes fuera de las fronteras de EEUU. Sólo le cabe una etiqueta -
En 2017, Yiannopoulos estaba en el pináculo de su fama como pundit importado. De hecho, iba a hablar en CPAC (Conservative Political Action Conference). Pero unos días antes, fue escrachado por un grupo de “estudiantes conversadores” reaganistas, que lo acusaron de hacer apología del abuso infantil.
La evidencia eran una serie de clips de diversas entrevistas, con declaraciones que iban desde lo ligero y olvidable hasta lo prácticamente criminal. Yiannopoulos no podía mantener la boca cerrada. Hacía chistes que caerían mal en una cena de amigos, frente a audiencias de miles, posicionandose como mouthpiece del Partido Republicano.
Por supuesto, Yiannopoulos perdió todo. Tenía un contrato editorial en puerta - fue cancelado. Supuestos amigos comenzaron a declarar en su contra. Breitbart, donde mantenía una columna, lo echó.
Este suceso no fue si no una interna entre dos facciones del republicanismo norteamericano. Considerando lo opaca que suele ser la política, más aún en su versión corporativa gringa, no podemos entender el trasfondo de esta interna desde nuestro lugar de outsiders. Por algo es una interna. Pero, si seguimos el dinero detrás de este grupo de estudiantes y seguimos el dinero detrás del pundit depuesto, vamos a entender qué intereses representa cada parte. Entonces, esta polémica fue una excusa para que X facción invalide a Y facción, mostrando que su poster boy era inepto y forzandolos a rendir espacios. La política funciona así.
Ahora bien, en su afán de mantener lecturas infantiles y adjudicarse victorias ficticias, muchos activistas left-leaning celebraron como mérito propio la caída de Yiannopoulos. “El deplatforming funciona.”
En Mashable, alguien plantea un continuum entre el cierre de la cuenta de Twitter del pundit y su baja de diversos eventos de industria. Un artículo en Vox plantea el mismo continuum.
Otros plantean que el hostigamiento que el pundit disfrutaba cada vez que iba a hablar en una universidad tiene alguna correlación con su caída en desgracia.
Esta visión es paradigmática de la naturaleza dual del fenómeno. “Hicimos”, dijo la mosca.
La realidad es que Yiannopoulos tenía la banca para ascender en el escalafón del neo-republicanismo, hasta que le dio suficiente pólvora a sus enemigos internos para que lo sabotearan. Se pasó de vino, se pasó de vivo, e hizo comentarios entre desafortunados y repulsivos. Se volvió inconveniente, se volvió un costo. Ni Twitter, ni los activistas, ni las videorespuestas, ni los artículos hicieron nada. Sólo desperdiciaron tiempo que podrían haber invertido en construir poder real puertas adentro. Parafraseando a Maslatón, “se compite con el similar, no con el distinto.”
Auto-exclusión
Si tenés banca real, la exclusión de X o Y plataforma es anecdótica. Si estás laburando a pulmón, como la mayoría de “mis similares”, auto-excluírse de una plataforma es auto-sabotearse. Y muy a menudo, los progres nos excluímos de plataformas para no ser “cómplices” de la difusión de mensajes nocivos. Sucedió hace poco, con varios newsletters que dejaron Substack porque Richard Spencer también está acá.
¿Querés una estrategia para silenciar a la izquierda? Cuando vayan a comprarte un megáfono, contales que un nazi acaba de llevarse el mismo modelo.
Ni siquiera hay que censurar a nadie, con las trampas morales autoinflingidas basta y sobra.
Este autosabotaje no sólo implica rechazar herramientas, si no también excluírse de espacios de discusión. Entonces, presos de una repulsión performativa, nos volvimos incapaces de dialogar (como mínimo) y de colectar intel (como máximo y gravísimo). Nos da asco y miedo cruzar la frontera, entonces peleamos, desde nuestra esquina, contra la caricatura que nos presenta algún emisario valeroso. Emisario que tiene que constantemente reafirmar su adhesión a nuestro código moral.
“Libre mercado de ideas”
¿Esto significa que hay que ir a debatir al Partido Nazi?
Respuesta corta: No.
Respuesta larga: No, hasta que haya gente capaz de hacerlo de una forma competente. Es decir, rechazando el debate y usando la plataforma, subvirtiendo las reglas de falsa civilidad de los reaccionarios con candor e inteligencia.
Es mentira que se puede debatir con cualquiera, de cualquier forma, y que las mejores ideas van a ganar en una suerte de meritocria de la honestidad intelectual. Le dejo eso a los niños del Modelo Naciones Unidas. El “libre mercado de ideas” no existe. Eso es lo que creen, contra su voluntad y sin admitirlo, quienes defienden que deplataformearon a Yiannopoulos con tweets y buenas intenciones.
El arte de hombres monstruosos
“Puedo tolerar cualquier sufrimiento, siempre y cuando signifique algo.” - Haruki Murakami, buen autor que no merece un Premio Nobel.
¿Creo que vale todo y que hay que invitar a cualquiera a cualquier lado, a discutir cualquier cosa? No. Hay una única condición: Que cuando lo veas, te de gusto formar parte de la especie humana. Esa es mi regla general.
¿Tenés un programa de televisión y vas a invitar a un racista confeso? Podés hacerlo. Pero el abordaje tiene que ser sensible, inteligente y humano. Parafraseando a Adorno, tenés que conducirte modestamente, con la vergüenza de tener aire fresco que respirar en el infierno.
Importante: Esto requiere no hacer que todo se trate de vos.
Podemos “descancelar” artistas. Hay una banda que voy a seguir escuchando desde un lugar de neutralidad, hasta que alguien vaya preso. Pero es una banda excelente.
Podemos “separar al arte del artista”, pero ese arte tiene que decirnos algo sobre qué significa ser un ser humano.
Abusadores, fascistas, y malas personas son capaces de arte sublime. La posibilidad de olvidarnos de sus miserias y quedarnos con el arte es una celebración humanista. Incluso un monstruo es capaz de lo sublime. Esto también es parte de la experiencia humana.
De la misma forma, fetichizar “la cancelación” para brandearse como “contestatario”, “polémico” o “intelectual” sin méritos para hacerlo, es igualmente un insulto a la audiencia y a sus sensibilidades. Podés invitar al zombie de Stalin y ponerlo a jugar a las damas con el fantasma de Ted Bundy, pero tiene que significar algo más grande que vos.